Pensé

En todas las cosas que se me cruzaban, hasta pensé un poquito en nada. Sobre todo, porque la nada se me cruzó varias veces y he de admitir que fue un proceso interesante, aunque desesperante. La nada me sedujo, me hundió en su abrazo y poco a poco me fue soltando, y se marchó.

Ahora observo algos, toda clase de algos: pequeños y grandes, bonitos y feos, tranquilos e inquietos, divertidos y sosos... Soy feliz con mis algos, aunque evaden lo interesante de la nada.
No sé qué pasará, si se rompe algún cristal más...
No intentes avanzar si perdiste los engranajes. Mejor siéntate debajo del naranjo a esperar a que caigan las nuevas naranjas. Espera la primavera.
Mientras tanto, libérate de todos los trastos que recogiste pensando que te servirían, respira, toda esa mierda ya no te sirve.
Y si llueve, disfrútalo. Baila, canta, haz lo que te plazca. Y, cuando la primavera llegue, recoge esas nuevas naranjas, recomponte, levántate y vuelve a andar. Sin mirar atrás.

Que la cobardía no haga florecer tu dolor. Nunca.
Hay demasiados cristales rotos como para seguir avanzando, por el momento.

Clear as water,

Olvida el ahogo, sólo fluye.

Soy de esas personas que adoran las sensaciones, pero con los ojos cerrados. Dejándose arrastrar por ellas.
Necesidad de llenar corazón y alma.
Quería abrazarse a sí misma nuevamente, con todas sus ganas, pero a penas era capaz de parpadear y respirar a la vez. Lucía demasiados colores como para decir que estaba desnuda, sin embargo, no era nada comparado con el fuego que a penas media hora antes la consumía por dentro.

Mientras borrosas siluetas en terrible movimiento se mezclaban con luces rojizas ante sus desgastados ojos, en su cabeza se formaba y desdibujaba una única imagen. Constantemente... Él. Caminando, sonriendo, nervios floreciendo, desesperación, angustia. Y luego nada.

¿Qué había sucedido? ¿qué estaba pasando ahora? Joder, todo daba demasiadas vueltas, ella daba demasiadas vueltas. La idea de no poder moverse era definitivamente desesperante. Raramente identificaba una palabra, voz o cara; salvo una, claro. 

Después de un infinito lapso, gritos. Al menos su garganta sigue funcional.

-¿Qué ha pasado? ¿dónde está?-mira a todos lados buscando, temerosa, aun inconsciente- ¿DÓNDE ESTÁ?

- ¡Ana, oh, Ana! No hay nadie aquí, salvo yo, ¿sabes quién soy?-ni si quiera había escuchado su estruendosa carrera, y eso que acostumbra a ser excesivamente ruidosa.

-¿Te has vuelto loca? ¿dónde estoy? ¿qué es todo esto?-mirando a las correas de sus muñecas.

-Verás...Estás en el hospital; empezaste a convulsionar -últimas preguntas explicadas, bien-, además, nos fue dicho que no sería buena idea que te destapases al despertar-¿qué pasa?¿está temblando a caso?

-Ten claro que me voy a levantar. Llévame a casa, ahora.

-No creo que eso sea buena idea...

-¿De qué hablas? ¡Es mi casa y quiero volver ya! Por Dios, ni si quiera sé qué estoy haciendo aquí.

Tras dos días de feroces discusiones, volvió a casa. El espíritu triunfante se quedó mirando el felpudo de entrada, cubierto de sangre seca. La casa estaba hecha un desastre, cristales rotos, cortinas desgarradas, muebles invertidos y toda esa sangre... Entonces, todo volvió de golpe. Los calmantes se anularon, dando paso a un profundo dolor físico en la totalidad de su herido cuerpo; pero no es eso lo que consigue que caiga al suelo, consumiéndose. La imagen del cambio. De blanco a negro, de la luz a la oscuridad, de la paz a la guerra sin tregua...hacia ella.

¿Cómo habían acabado así? ¿cuáles habían sido los detonantes? la cabeza le estallaba y esa voz, cada vez más cambiada... Le fue inevitable escapar de los brazos que se la llevaban, lejos de todo aquel doloroso caos.
Creo que busco la complicación. Porque eso es lo que conozco. Porque es lo que soy.

Recuérdame

En las noches frías de invierno, donde no hay nadie que te desnude para no sentir frío.
En los aviones despegando, porque siempre me gustó la emoción de viajar y la alegría de volver a mi tierra.
En los momentos de sofá, en los que te guardo un refugio a mi lado.
En lo alto de las montañas, para poder gritar y que parezca que no cambia nada.
En las mañanas de verano, recogiendo todo para sumergirse en la playa.
En los desayunos, que nunca fueron lo mio.
En los golpes y fallos, de los que soy conquistadora y reina.
En las lágrimas de los años, porque van dejando huella.
Cuando uno se vuelve loco, deja de preocuparse de lo absurdo. Se envuelve en su mundo que, al fin y al cabo, siempre es lo que más nos importa.

Nos sobran las palabras.

¿quién soy yo para ir y obligarlas?