Ana se está quedando sin espejos

-¿Quién me mandaría a mí confiar en alguien así? Todo el mundo avisando y yo como si nada- estaba a punto de darse una bofetada; y a su reflejo, también. Le temblaban las manos y lloraba tanto que parecía que iba a secarse, en realidad, temblaba ella entera. Aun sentía el dolor en su cuerpo, sus músculos estaban entumecidos por la tensión y, sobre todo, todavía resonaban en su memoria las palabras que la habían estado condenando "deberías haber entendido que no te quería, ni lo haré". Ningún rincón de la casa podía defenderla contra sus recuerdos, pero seguía dando vueltas buscándolo.

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